- Hace más de 1500 años, en este lugar en medio del desierto vivió una comunidad de atacameños que se dedicaban a la agricultura y al comercio. Si bien el tiempo y el clima terminó por acabar con el asentamiento, parte de las ruinas hoy se mantiene en excelentes condiciones y gracias a la labor de la comunidad local y las autoridades, es posible visitar una réplica de lo que fue este poblado ancestral a tan solo 10 kilómetros de San Pedro de Atacama.
Por unos instantes podríamos pensar que nos encontramos de visita en una aldea en África. En Namibia, tal vez, debido a su semejanza con este paisaje desértico que estamos visitando y donde hallamos unas casitas de barro que tienen una base circular y unos techos cónicos de algarrobo y brea. Estamos en la Aldea de Tulor, uno de los sitios arqueológicos sedentarios más grandes del norte del Chile y que está ubicado al suroeste de San Pedro de Atacama. En este escenario es que nos sorprende de fondo el volcán Licancabur y el cerro Toco mientras nos disponemos a recorrer la aldea a pie a través de algunos senderos demarcados y sobre un terreno plano.
Para llegar hasta este lugar enigmático tomamos la misma ruta que guía hacia el Valle de la Luna, empalmando luego en una bifurcación hacia el Ayllu de Coyo, un pequeño oasis en medio del desierto a 7 km de San Pedro y que cuenta con casitas de adobe, calles de tierra y árboles que pintan el paisaje de verde. La aldea de Tulor, nuestro próximo y final destino, es un sitio arqueológico emplazado en lo que fue un antiguo poblado agrícola atacameño cuya población era de aproximadamente 200 habitantes, y donde hoy se han construido unas réplicas de las viviendas que fueron utilizadas por estas comunidades indígenas entre los años 800 a.C y 500 d.C.
RECORRIENDO LA ALDEA
Cuando llegamos al lugar, se nos invita a pasar primero a un pequeño museo en la sala de Flora y Fauna. En esta primera sala conocemos los frutos que consumían los antiguos habitantes, como el algarrobo, además de sorprendernos con lo bien conservado de un mortero donde se molía el algarrobo con el fin de transformarlo en harina. Entre las creencias de los atacameños, nos enteramos de que ellos veneraban a Pat´ta Hoy´ri, la Madre Tierra, a Ckapin, que es el sol, Cahmor, que es la luna, y Puri, que es el agua. Sin embargo, para ellos lo más sagrado siempre fue la naturaleza. Fue recién en el 400 después de Cristo que ellos empezaron a consumir distintos alucinógenos, hecho que va de la mano con la creencia en distintos dioses.
A medida que seguimos recorriendo la Aldea de Tulor, vamos descubriendo la excavación que deja al descubierto los cimientos de lo que alguna vez fue un pujante caserío, y que según los científicos corresponde tan solo al 7% de lo que era la totalidad de este sitio. El primer estudio para esta tarea lo realizó el Padre Gustavo Le Paige y luego continuó con la investigación la arqueóloga Ana María Barón en el año 1985. En esta área contamos con una pasarela de madera que nos permite transitar hacia donde está instalado un mirador desde donde vemos con mayor claridad las ruinas y de fondo el desierto y algunos humedales.
Según nos cuentan los administradores de la aldea de Tulor, es muy difícil que se siga excavando para encontrar más restos arqueológicos debido a que se requiere de un importante número de permisos, y además parte de la comunidad local no quiere que se siga invadiendo un lugar que es ancestral y sagrado para ellos.
LA RÉPLICA DE LA ALDEA DE TULOR
La arquitectura del lugar hoy en día está compuesta básicamente por treinta habitaciones circulares interconectadas entre sí, las que retratan exactamente cómo eran las casitas originales, y que tenían diferentes usos y funciones de acuerdo con las actividades cotidianas que se realizaban al interior. Los aldeanos llevaban adelante un intenso comercio e intercambio de productos que se ve graficado en los desechos arqueológicos que se ven hoy en día con cuentas hechas en conchas del Pacífico y otros bienes culturales como los textiles o productos de madera. El poblado posteriormente desapareció principalmente debido a sequías y tormentas de arena, obligando a los indígenas a migrar paulatinamente hacia el Pukará de Quitor. Tras esa migración, la aldea fue usada como cementerio, en el cual era fundamental el proceso de momificación según las creencias de sus habitantes.
Podemos apreciar en el lugar distintos elementos utilizados para tal proceso, como herramientas confeccionadas con piedras y otros utensilios de cerámica que permanecieron enterradas por más de 2 mil años. Cuando volvemos hacia San Pedro de Atacama, nos damos cuenta que este importante destino de la región de Antofagasta guarda muchos secretos patrimoniales que van más allá del turismo clásico.